Relaciones que violan convencionalismos y luego no llaman.
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De pequeños nos enseñan que estar solo es algo malo, que necesitamos a alguien. Y no hablo de amigos sino de la compañía de alguien en el sentido más romántico de nuestra existencia. Una pareja. Un ligue. Un rollo. Alguien. Hasta ahí todo bien. Discutible, pero bien. Eso sí, esa persona debe cumplir cuatro requisitos para que vuestra relación no se convierta en algo que yo llamo fenómeno social, es decir, que la gente se tome la libertad de opinar acerca de vuestra intimidad de forma pública y emitir heavys juicios de valor.
- Ser de género opuesto o complementario al propio.
- Residir en un radio de cien kilómetros de nuestra zona de residencia actual.
- Tener una edad que bajo ninguna circunstancia sea muy dispar a la propia.
- Estar soltero y exento de cualquier relación emocional con terceros.
Yo, a pesar de haber crecido en colegio de monjas, desarrollé cierta pasión por violar los convencionalismos. A mis valientes diecisiete empecé a escucharme a mí misma y dejé de creer que de alguna manera u otra aparecería mi alguien que cumpliera el manual del buen romance. Y la conocí a ella, en la distancia, del mismo sexo, de edades dispares y más o menos disponibles. ¿Sabes cuando, en un momento de reflexiones profundas con tu pandilla de instituto, estableces lo que vendría a ser tu persona ideal? El mozo sentimental de pectorales gallardos que regala flores pero que sabe domarte en la cama. El que responderá con pelos y señales cuál es el color de tus ojos si le das la espalda de sopetón para testar su amor. No recuerdo minuciosamente mi respuesta cuando me lo preguntaron, pero recuerdo darle muchas vueltas a ese tema en la intimidad de mis idas y venidas en tren. Y, sin conocerla aún, la describí. Y no sólo físicamente. Y, cinco años y scratch después, aquí la tengo. De mi mano. Esta entrada no cuenta con otra finalidad que hacer partícipes a mis lectores de lo feliz que se puede llegar a ser cuando eliges seguir tu propio camino y no el que antes otros que tú te han marcado. A diario nos marcan unas directrices con el único propósito de protegernos de los errores de otros. Pero, ¿si todas las personas somos diferentes, el error de uno no puede ser el acierto de otro? Si quieres algo, alguien, que se sale de tu presupuesto, plan de vida o ideología: arriésgate.
De lo contrario nunca sentirás el desequilibrio que causa tu pecho al volcarse cuando, al volver del baño en mitad de la noche, te sorprendas al ver esa persona que pone patas arriba tu existencia ocupando tu lado de la cama en un enternecedor e inconsciente intento de adueñarse de ti.
De pequeños nos enseñan que estar solo es algo malo, que necesitamos a alguien. Lo corroboro. Yo la necesito a ella.
Besitos románticos en la yugular y tal.
Núria


uau! qué razón, hasta las narices de crichés. Cada uno sabe decidir por si mismo lo que es o no de su gusto sin que nadie se lo tenga que dictar, me gusta mucho tu blog!
ResponderEliminar¡Muy amable! Me gusta ver que pensamos igual.
EliminarTienes un don para escribir, me encanta. ¡Sigue así! :)
ResponderEliminarNo es un don... pero gracias. Me has alegrado la tarde.
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