Reflexiones de un inmortal.

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miércoles, septiembre 04, 2013
"¿Quién le diría que el fuego del purgatorio estaría tan cercano? Desde luego no comprendía ese vacío que lentamente llevaba algunas décadas sacudiendo sus entrañas y torciendo todo aquello que en su día concibió como realidad única e inquebrantable o indudable. La seriedad tras la que se ocultó en su día, con tal de ponerse fácil las cosas y evitar fraudes vinculados a los sentimientos, ahora parecía haber echado en su rostro, impidiéndolo desenmascararse. ¿Era posible que su propio personaje se adueñara de aquél muchacho enamorado que demasiados siglos atrás sonreía ante el espejo ensayando sonrisas conquistadoras? No era posible, era real, era palpable, era científicamente verdadero. Él ahora sólo era un pedazo de mármol excelentemente esculpido y olvidado de la mano de Dios para entregarse a un mundo de pecado, alejado, demasiado alejado de la felicidad o la calidez de un sentimiento. Los vampiros no lloran, los vampiros no aman, los vampiros no temen, los vampiros no sienten ni existen. Sólo son sombras de lo que en sus días los humanos desearon ser. La perfección. El alter ego. La cara oculta de la perfección. Un pacto con el diablo. Un híbrido de la vida y la muerte, una no-vida, una no-muerte, una condena inalterable. 

Su miserable realidad. Miserable realidad contemplada desde un ángulo arrodillado a los pies del altar de la catedral, con los toscos alrededores de sus labios ahogados en sangre de algún desafortunado. Parpadeó con ese brillo argentado de un matiz apagado, en trance, ausente, perdido y jamás encontrando. En su mente, los engranajes se movían ruidosamente, creando una melodía infernal que llevaba años haciéndole olvidar que su corazón había dejado de latir, que nada volvería a ser como antes, que ahora era un heredero de la noche. Los malos de las películas mueren siendo malos o se remiten a los buenos para morir trágicamente pero con la conciencia tranquila. Los villanos no lloraban, no se lamentaban, no se perdían. Y él, por supuesto, era el villano de todos los cuentos de vampiros jamás inventados. El prototipo usado como estereotipo: frío, serio, distante, enfurecido permanentemente, sádico y poco compasivo. Él, que tantas gargantas había visto desgarrarse entre sus furiosas dentelladas. Él, que tantas vidas había arrebatado, convirtiéndose en uno de los más temidos, envidiados, odiados y respetados. Él, el mismo Hannes Schmitt, se sentía solo y perdido en la casa del que antaño fue su señor. Miró al crucifijo y éste, seriamente, le devolvió la mirada y el inmortal juraría verlo sonreír con mofa. Era un condenado, y ninguna penitencia cambiaría eso. 

Dios, posado en los altos de los cielos nublados, lo señalaba con un dedo y pronunciaba su nombre con furia, recordándole que era hijo de Caín, del averno y de Lucifer. Era lo que él mismo había creado, forjando entonces su esencia envenenada. Era poco más que una serpiente que se mordió la lengua, dejando el veneno expandirse en sus entrañas como las llamas del mismísimo tártaro. Se alzó, dejando de estar arrodillado para agarrar los bordes de esa camisa, embadurnada de sangre aún caliente, para despojarse de la misma y tenderla con delicadeza en el altar donde cada domingo se repartía el cuerpo y la sangre de Jesucristo. Miró al crucifijo y dejó que el mismo admirara su semidesnudez pálida y perfecta. Envidiable para todos aquellos que ignoraban lo que comportaba la inmortalidad. Su mano derecha, fría cual mármol y dura cual roca, se posó en su propio pecho, buscando un corazón que no latía. En estas que dio la espalda al altar pero un golpe de aire removió su corto cabello, haciéndolo voltearse y mirar una pintura de la pared de la catedral. Dios lo contemplaba fijamente, severo. Hannes no pensó, se movió por inercia y se colgó de la pared, aún con una mano en el pecho. - No somos tan distintos... - Susurró a la pared y colocó su mano en donde correspondería el corazón del gran Dios pintado por un artista sin rostro. 

Esa misma fría noche de tormenta, a ninguno de los dos les latía el corazón."


Besitos románticos en la yugular y tal.
Núria
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Relaciones que violan convencionalismos y luego no llaman.

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viernes, agosto 16, 2013
De pequeños nos enseñan que estar solo es algo malo, que necesitamos a alguien. Y no hablo de amigos sino de la compañía de alguien en el sentido más romántico de nuestra existencia. Una pareja. Un ligue. Un rollo. Alguien. Hasta ahí todo bien. Discutible, pero bien. Eso sí, esa persona debe cumplir cuatro requisitos para que vuestra relación no se convierta en algo que yo llamo fenómeno social, es decir, que la gente se tome la libertad de opinar acerca de vuestra intimidad de forma pública y emitir heavys juicios de valor. 

- Ser de género opuesto o complementario al propio.
- Residir en un radio de cien kilómetros de nuestra zona de residencia actual. 
- Tener una edad que bajo ninguna circunstancia sea muy dispar a la propia. 
- Estar soltero y exento de cualquier relación emocional con terceros.   

Yo, a pesar de haber crecido en colegio de monjas, desarrollé cierta pasión por violar los convencionalismos. A mis valientes diecisiete empecé a escucharme a mí misma y dejé de creer que de alguna manera u otra aparecería mi alguien que cumpliera el manual del buen romance. Y la conocí a ella, en la distancia, del mismo sexo, de edades dispares y más o menos disponibles. ¿Sabes cuando, en un momento de reflexiones profundas con tu pandilla de instituto, estableces lo que vendría a ser tu persona ideal? El mozo sentimental de pectorales gallardos que regala flores pero que sabe domarte en la cama. El que responderá con pelos y señales cuál es el color de tus ojos si le das la espalda de sopetón para testar su amor. No recuerdo minuciosamente mi respuesta cuando me lo preguntaron, pero recuerdo darle muchas vueltas a ese tema en la intimidad de mis idas y venidas en tren. Y, sin conocerla aún, la describí. Y no sólo físicamente. Y, cinco años y scratch después, aquí la tengo. De mi mano. Esta entrada no cuenta con otra finalidad que hacer partícipes a mis lectores de lo feliz que se puede llegar a ser cuando eliges seguir tu propio camino y no el que antes otros que tú te han marcado. A diario nos marcan unas directrices con el único propósito de protegernos de los errores de otros. Pero, ¿si todas las personas somos diferentes, el error de uno no puede ser el acierto de otro? Si quieres algo, alguien, que se sale de tu presupuesto, plan de vida o ideología: arriésgate

De lo contrario nunca sentirás el desequilibrio que causa tu pecho al volcarse cuando, al volver del baño en mitad de la noche, te sorprendas al ver esa persona que pone patas arriba tu existencia ocupando tu lado de la cama en un enternecedor e inconsciente intento de adueñarse de ti. 

De pequeños nos enseñan que estar solo es algo malo, que necesitamos a alguien. Lo corroboro. Yo la necesito a ella. 





Besitos románticos en la yugular y tal. 
Núria
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La ira nace en el estómago.

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miércoles, agosto 07, 2013
"Algo en su interior le decía que la rabia que sentía, aquella que invadía cada centímetro de su cuerpo y que cargaba con todas sus fuerzas contra la poca bondad que le quedaba, nacía palmos bajo su corazón. Éste, ignorante de todas las confabulaciones y habladurías que lo hacían responsable de la maldad del hombre, palpitaba con la misma inocencia que la de un niño ciego y desprovisto de toda maldad. Su ira, su rabia, su sed de golpes nacía de bastante más abajo. De su estómago, creyó sentir entre muecas, gruñidos y exhalaciones manchadas con nubes de vapor. El frío que lo rodeaba era combatido ferozmente por las altas temperaturas que seducían su cuerpo cuando su mente se confabulaba con su poca fe y entre ambos lo obligaban a verse como el ser más despreciable que la tierra hubiera acogido entre sus brazos. Se odiaba. Era puro odio. Mas no era un estado anímico constante, luego había momentos en los que sentía la carga partir lejos. Llegaba, incluso, a sonreír. A excitarse, dejarse emocionar. Pero, en cuanto las palabras aparecían en escena, las respuestas salían con una puntería inmejorable hacia los sentimientos ajenos. De alguna manera, tratando de psicoanalizarse, llegó a creer que rehusaba de su propia humanidad. Todo marchaba bien hasta que se veía en el compromiso de hablar, medirse, expresar algo mucho más trabajado que el instinto. Podría jurar que habría hecho el amor como un amante experimentado, en ese turbio momento, pero bien incapaz se veía de separar los labios para hablar. Y mucho menos para justificarse. ¿Existía algún motivo de que fuera así? ¿De que sintiera así? La vida de animal, de pronto, parecía tan redomadamente sencilla y apetecible que algo en su cabeza creyó que era la solución. Tal vez llevaba siglos creyéndolo así. Una vida medida por impulsos, sin el don racional de medir consecuencias o albergar espacio a remordimientos, resultaba tentadora. Una vida lejos de los demás, donde todo contacto, toda transacción, toda interacción era únicamente una respuesta física y no mental. Una vida donde su rabia tendría una connotación positiva; incluso de liderazgo. Pero animal no era su condición, y aunque animales fueran sus miedos, humano seguiría siendo su deber. Deber para con el resto de gente. Gente que sufriría diariamente la infelicidad de aquel ser que nació y vivió para dudar de su desdichada humanidad."

Núria
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He venido a ser libre.

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martes, agosto 06, 2013
Nacemos y nos venden la idea de que todos somos diferentes, de que el mundo rebosa de una heterogeneidad que yo clamo falsa. Plástica. Somos tan absurdos de creernos que el prójimos es diferente, que lo que nosotros podamos sentir está a horas luz de lo que esa chica en la parada del autobús está sintiendo. Somos tan pedantemente egocéntricos que nos llegamos a creer que nuestros problemas siempre son peores y más relevantes que los del resto. ¿Y, esto, de qué va? De intentar vaciar mi mente enferma y que, tal vez, alguien sea lo suficientemente humilde para admitir que las preocupaciones que dicto mías, suyas también son. Y tuyas. A fin de cuentas, todos somos iguales cuando la bestia que encierra nuestro corazón araña y empuja las paredes del músculo para que el doctor pueda decirnos con total seguridad que seguimos vivos. Nosotros no, no nos engañemos. Nosotros no hemos vivido, ni vivimos, ni viviremos hasta liberar aquella bestia que encierra nuestro cuerpo. Somos una mera sombra de nuestros impulsos, de nuestros miedos y de nuestros más anhelados deseos. Somos lo que nos han permitido ser. Y lo peor es que hemos aprendido a lidiar con ello, tomando nuestras propias elecciones dentro de un marco moral, social. Hemos sucumbido a la presión. Todos. Hemos aprendido a amar como se nos ha dicho que se ama. A apreciar a quienes nos han indicado que eran apreciables. A admirar aquellos que debe admirarse. Y joder cómo duele. "El amor no es amor si no duele", "quien bien te quiere te hará llorar",... Mierdas varias. ¡El amor no tiene que doler, que no es una jodida vacuna ni alcohol en una herida abierta! Y el primer y último amigo que me hizo llorar ahora lleva dos años sin hablarme. Que alguien me diga, por favor, que también está harto de seguir el camino como un borrego. No me meteré en camisas de sesenta y nueve varas opinando de religión o política. No he venido a vender una ideología, que sí una nueva manera de sentir, vivir y actuar en consecuencia. He venido a criticar, a mofarme, a sanarme a mí misma, a dejar de ser humana. He venido a aprender a ser la bestia que llevo dentro. He venido a ser libre. Y os aseguro que, cuando lo sea, no volveré al lugar del que todos venimos. Habré evolucionado, al fin. 

Mordiscos románticos en la yugular y tal. 
Núria.

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